Cada día puedo observar, sólo con encender la radio, como lo que ya sabía hace años se narra por los medios, en un breve espacio de apenas unos minutos, como un gran descubrimiento y que, a pesar de estar ahí y ser terrible, es parte, de los cauces y las reglas del juego.
Pero no debieran
olvidar algo esencial. Las reglas del juego están construidas bajo dos premisas
esenciales:
a) Ausencia
de mecanismos democráticos al alcance del pueblo para suprimir o alterar en su
sustancia las reglas que impiden la igualdad y socavan la dignidad, bajo el
rodillo de los grupos de poder propietarios de la riqueza.
b) Y que cualquier
intento de ruptura con las reglas injustas, que pueda suponer una alteración
esencial o provocar su término del poder de los poderosos y de su modelo
socio-económico, sea absorbido primero y diluido después, para que acabe
desapareciendo y sea olvidado, o bien, relegado al un plano
irrelevante.
Existen partes del
Planeta en los que el derecho natural se ha positivado en listados de derechos
fundamentales que, más o menos, se han garantizado. Regiones en las
que, hasta ahora, se gozaba de un, más o menos, incipiente “estado
de bienestar” y en los que se habían alcanzado ciertos derechos y
coberturas sociales, en sanidad, educación, cultura y participación ciudadana
general. Eso sí, bajo el paraguas de algo irreal, el crecimiento económico
insostenible medido en términos monetarios y basado en la competencia y el
ánimo de lucro. Era preciso que el modelo comunista no pareciese a los ojos de
los desfavorecidos por el modelo, como una esperanza atractiva que les
arrastrase a difundir ideas que pudieran desequilibrar el capitalismo.
Hoy he oído en la
radio que si se fabricase en Europa la ropa que alegremente compramos y
tiramos, (casi sin usar), costaría más de ochenta veces el precio que pagamos
por ella. Esto ha justificado, bajo las falaces premisas de la
economía de mercado neoliberal, la deslocalización y la explotación de las
personas trabajadoras en países como China, India, etc. Horarios
intensivos y extensivos de más de 60 horas semanales y salarios míseros que
casi no dan para la subsistencia. Condiciones laborales, sanitarias y
educativas inexistentes. Pero, bajo ese modelo económico, es más rentable
ofrecer míseras prestaciones por desempleo a los trabajadores occidentales,
para que estos compren a precios igualmente míseros (baratos), pero dejando un amplio
margen de rentabilidad para las empresas, dados los bajos costes de producción
(materias primas y mano de obra). Las empresas pagan pocos impuestos y
defraudan a la Hacienda Pública mediante el uso de los paraísos fiscales.
Así para que el Estado, que satisface las transferencias vía prestaciones
y subsidios de desempleo, se financie, se realizan grandes emisiones de deuda
que se retribuyen a las empresas y las grandes fortunas, que adquieren los
títulos con pingües intereses, con lo que se compensan los pobres impuestos
satisfechos. Por tanto, siempre gana el mismo. Los ricos fabrican
explotando y financiando a sus empresas en los países pobres a bajo coste. Los
Estados transfieren a los parados rentas míseras para que el consumo se
mantenga y el volumen de unidades vendidas no caiga en exceso. Los ricos llevan
defraudan y no pagan impuestos, pero a cambio, prestan a los Estados para
recibir vía intereses de la deuda pública una compensación a los exiguos
tributos que satisfacen ya que el resto está en algún Paraíso Fiscal. Y
todo este juego se apoya mediante reformas legislativas de recorte de gasto público.
Ya no hace falta crear empleo para que se paguen impuestos porque el Estado se
financia con deuda. Y reformas legislativas que flexibilizan la tributación de
los rentistas (los más ricos) y que facilitará el despido y una posterior
contratación mucho más barata y con menos costes de despido. Al final se
creará empleo. Pero empleo más precario y con retribuciones salarias mucho más
bajas que maximizarán aun más el beneficio social. Y a todo esto, se va
haciendo comulgar con ruedas de molino a los trabajadores de los países que
llamamos desarrollados (desarrollados sólo porque es donde residen las grandes
fortunas bajo el paraguas de su seguridad y comodidades) para que se acepten
una mayor facilidad de los despidos, reducciones de salarios, flexibilización
de la movilidad funcional y geográfica, minoraciones del poder adquisitivo de
las pensiones actuales, pensiones futuras mínimas, etc. Y todo ello,
sustentado y alimentado por un ejército de técnicos formados y obtenidos de las
Universidades que reciben las contribuciones más sustanciosas, de las grandes
fortunas y el mundo financiero, para que no se detenga, se extienda y se
consolide el sistema mecanicista que han diseñado.
Tenemos libertad y
derechos fundamentales, pero somos educados en la competitividad, en el afán de
lucro y en la individualidad. La injusticia y la soledad campean a sus anchas.
La televisión y las arengas de los tertulianos y políticos de dudosa ética y
conocimientos nos machacan diariamente con sus pútridas ideas. Así ese sustrato
formativo derramado sobre las propias estructuras de las grandes ciudades,
repletas de comercios y gimnasios abiertos 24 horas al día, los 365 días a la
semana. El dinero de plástico. El crédito sustituido por los bajos precios,
derivados del abaratamiento de los costes de la deslocalización, como
sustitutivos. Hoy los bancos, los fondos de inversión, las grandes financieras,
las agencias y, en suma, lo que llaman los mercados consideran mucho más
rentable la financiación de los Estados mediante adquisición de deuda o la
especulación en los mercados de materia primas encareciendo sus precios. Los
unos sintiendo la pedida de sus conquistas y derechos y los otros y
condenando a la pobreza y la miseria por no poder acceder, ni tan siquiera, a
los alimentos básicos o al agua. Millones de personas condenadas a la más
radical injusticia de la monetarización y la acumulación derivada de la desigualdad
en la distribución de la riqueza del Planeta y la preponderancia de la
propiedad privada. Así el crédito queda sustituido por los bajos costes y
el asunto del dinero y capacidad de consumo se fomenta, mientras parte de la
población del Planeta vive y muere en la miseria.
Por otro lado,
continúa inalterada la otra pata: La machacona publicidad, diciendo:
- Que si
no estás a la moda no estás integrado o haciéndonos creer que vamos a ser
más felices y que sólo nos conduce a una frustración perpetua ya que su
rapidez es tan efímera que al día siguiente volvemos a sentir la misma
necesidad y consecuente insatisfacción que día tras día tenemos que volver
a satisfacer.
- Comida
rápida sin, incluso a veces sin salir del propio coche, a costa de
mono-explotaciones ganaderas. Reses estabuladas subsistiendo en
condiciones de hacinamiento, sin conocer la libertad y alimentados por
piensos obtenidos con técnicas de monocultivos de cereales o
maíz que contaminan y desertizan el suelo.
- Que tal
o cual coche nos va a dar la libertad y el prestigio, cuando en realidad
está llenando el aire que respiramos de gases que nos provocas
enfermedades respiratorias y de salud en general.
- Que tal
o cual colonia nos proporcionará el amor de nuestra vida o que tal o cual
crema nos rejuvenecerá, cosas que tras su uso observamos que no es así y
cuya obtención ha supuesto crueldad y maltrato animal en su
experimentación.
- Que tal
o cual alimento nos librará de las enfermedades, cuando en realidad los
sistemas de cultivo y toda su cadena de producción está plagada de venenos
para la salud y modificaciones genéticas con resultados inciertos sobre la
salud humana.
Trabajamos, cada vez
más horas. Llegamos a casa cada vez más cansados y encendemos el televisor. Se
nos bombardea a publicidad. Salimos a comprar para consumir todos los que nos
va ha hacer alcanzar la felicidad. Volvemos a trabajar y a nuestro regreso la
televisión sigue enseñándonos que el consumo nos aliviará y satisfará en
nuestras vidas en unas ciudades plagadas de Centros Comerciales, absolutamente
idénticos –Las Catedrales del siglo XXI (Saramago)- con horarios
infinitos, con caminos perfectamente diseñados para los vehículos, con grandes
estacionamientos. Música de ambiente y pasillos acogedores y funcionales.
Ciudades cupuladas donde no importa el frío o el calor, muchas veces exagerado
a causa del cambio climático. Dispensadores de oxigeno. Seguridad
por todas partes. Cientos de policías privados custodiando la diferencia que se
ha empezado ya a generar dentro de los propios Estados más desarrollados.
En la propia Europa de los Derechos Humanos y la Libertad, la Igualdad y
la Fraternidad. Está última palabra casi ya relegada al cajón del olvido. Aquí
se está generando un muro invisible de desigualdad y reducción de las clases
medias. De esas personas cuyos padres, tras un gran esfuerzo consiguieron
colocar un peldaño por encima de sus vidas. Quizá se refieran a esto
los políticos que dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Quizá ese esfuerzo de nuestros padres obreros suponga un deseo inalcanzable.
Quizá las clases ricas que se repartieron el mundo desde la edad Media hasta
nuestros días, se hayan dado cuenta de lo que los ecologistas y muchos
científicos hoy constatan y han venido diciendo hace muchos años. No hay
recursos suficientes para todos. Y, esto, ha desembocado en una
nueva regla de los dueños de la riqueza: No hay países ricos y pobres, sino que
debe haber gente pobre y gente rica, viva donde viva, porque los recursos
naturales no están sólo en una región, sino en todas y, sobre todo, porque en
algunos sitios se está acabando y en otros se empiezan a obtener nuevos, tanto
materiales como energéticos. Hoy la pobreza tiende a enquistarse en algunas
regiones y a no depender de estás sino de las personas individualmente
consideradas vivan donde vivan.
Hay dos tipos de
personas. Los idiotas desinformados y que, además, no lo quieren estar y los
idiotas que somos incapaces de saber cómo cambiar, cuando el cambio está en
nosotros: En nuestro interior y en la ruptura con una forma de vida como la
nuestra.
05-05-2013